Los humanos somos la única especie sobre la faz de la tierra que puede disfrutar racionalmente de la vida, disfrutarla sabiendo que la disfrutamos... Disfrutamos del viento, de los sueños, de conseguirlos, del sol, de un abrazo, de una risa, de un beso o de un momento de tranquilidad... Disfrutamos nuestra inteligencia...
Podemos navegar sin miedo en un extenso mar de posibilidades, repleto de sonrisas, amor, compañerismo, naturaleza... en definitiva, de vida.
Durante años hemos podido hacerlo... Dicen que la evolución es fructífera... Sin embargo despreciamos el mar y lo llenamos de lágrimas, dolor, codicia, sangre, muerte y desconfianza. Hundimos nuestros sueños en un océano atragantado de un egoísmo y una inteligencia corrupta.
Las estrellas miran desde el cielo como la humanidad de hunde, y nos convertimos en aquellos monstruos que los propios humanos han trazado, el universo es el cielo, nosotros lo hemos recubierto con el humo de la prosperidad y ahora no somos más que aquellos trols, goblins, trasgos y demás bestias que aquellas fantasías narran.
Las flores antes bailaban dejando posar en nuestra alma los aromas más naturales que podrían imaginarse ensalzando nuestro espíritu, un simple regalo nacido del altruismo de la naturaleza. ¿Cómo hemos respondido nosotros? Con una naturaleza aparentemente impropia de nosotros, hemos arrancado ese regalo, lo hemos maltratado, y hemos extendido su plaga alrededor, nos hemos comportado como una bacteria atacando a su presa por supervivencia… Lo peor es que nosotros lo hacemos solamente por capricho…
Y mientras reducimos a cenizas el edén que se nos ha otorgado y en el que se nos deja vivir, el mundo llora por nosotros, por nuestra ignorancia y la estúpida y nula rivalidad que el humano cree tener contra el mundo.
Los dioses están alegres de que no creamos en ellos, la máxima representación de la naturaleza está feliz de que no sepamos su existencia, el que una especie tan sumamente destructiva y ciega recuerde a la representación de la belleza, es algo que aterra hasta a las almas más ricas en paciencia y humildad.
Destruimos por placer y creamos por obligación, gritamos por enfado o desesperación, pero no lo hacemos por enseñarle al mundo un sentimiento. Y así vivimos, obviando la confianza y el desinterés por nosotros mismos, ocultando entre el ruido de la hipocresía y el egoísmo la melodía de los sentimientos. Somos un depredador más atacamos a lo que puede hacernos bien, para torturarlo y que nos lo de, sin pensar que quizás con sentarse y comprender podamos conseguir muchísimo más…
La paciencia se perdió entre el humo de la codicia, y el amor se quedó entra los oxidados hierros del dolor y la agonía de la esperanza perdida…
No existe apocalipsis, lleva siglos atacando, destrozando la integridad y envolviendo en las llamas del odio y el rencor al mundo que una vez le regalo el paraíso… Los humanos somos la llama que incendió el edén en el que vivíamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario